Reflexiones de un resucitador que ingresa al cuartel para participar en las simulaciones de los asaltantes de las Fuerzas Armadas
Septiembre 2018
Después de unos años de intenso entrenamiento, talleres y cursos con la Academia Militar, las apuestas aumentaron repentinamente. La oportunidad de colaborar con los departamentos especiales de «asaltantes», por supuesto, no estaba en mis planes.
Llevaba algunos años impartiendo periódicamente cursos de simulación sobre el manejo del Paciente Crítico a los ahora graduados Médicos Tenientes de la Academia, cuando un viejo conocido me contactó como nuevo referente médico del más importante regimiento de asaltantes del Ejército. En otras palabras, más que un encargo de trabajo, se me ofreció la posibilidad de dar un pequeño paso dentro de ese impresionante mundo paralelo de los «Cuerpos Especiales«, donde los secretos militares rigen la privacidad cubriendo todo (hombres, objetos, pensamientos, palabras) de un absoluta normalidad diaria.
Pero allí, lo sabemos bien, nada es cotidiano ni normal. No pasó mucho tiempo antes de que comprendiera cómo el trabajo de ciertos departamentos de élite estaba realmente conectado con la inteligencia del país, lo que hizo mi tarea aún más intrigante.
Primer problema
Ciertamente no podría estar a la altura de esa tarea. Pero, ¿quién lo hubiera estado? Por un lado, tenía una sólida experiencia con los médicos del Ejército, una buena reputación como reanimador y sin duda muchas ganas de intentarlo. Por otro lado, había un mundo del que sabía poco o nada, gente de la que sabía aún menos y la certeza casi matemática de ser inadecuado para las expectativas que algunos habrían tenido sobre mí. En otras palabras, fue exactamente para mí: sin ninguna vergüenza sentí el deseo narcisista de intentar involucrarme, incluso arriesgándome al KO en la primera ronda. Pero el juego valió la pena.
Por lo tanto, me encontré en el Cuartel Vannucci en Livorno, uno de los muchos cuarteles generales de las Fuerzas Armadas italianas, donde un tal Jefe M (usemos un seudónimo) me recibiría para actuar como Caronte y Cicerón en esa pequeña ciudad oculta a los ojos de la mayoría.
Segundo problema
Todos fueron amables, educados y, exactamente como esperaba, listos para ponerme a prueba porque, después de todo, ¿quién diablos era yo? Y sobre todo, ¿qué habilidades tenía para permitirme ir y decirles algo a ellos, a la Excelencia, elegidos entre los mejores, seleccionados y entrenados durante 2 años, quienes estaban listos para cualquier cosa?
Después de un mínimo briefing por parte del Jefe M, comenzaron los ejercicios. O mejor dicho, simulaciones de alta fidelidad sin maniquíes pero con actores porque «para aprender bien las cosas, o las haces de verdad con personas reales o no las aprendes» (cit.).
Fui un espectador silencioso y casi invisible durante todas las horas de la simulación que vieron comprometidos a los operadores de «Combat-Medic» (no médicos, pues). Esperé el debriefing, una práctica más que habitual en el mundo militar, para intentar dar una perspectiva diferente a los clásicos T3C a los que estaban acostumbrados. Ni siquiera intervine cuando, durante una simulación, en el enésimo intento de posicionar un CVP, la víctima en el suelo miró al Jefe M a los ojos como para preguntarle: «¿¡OTRA VEZ!?» y el Jefe M le respondió: “¡OYE! ¡TENEMOS QUE APRENDER!».
Y llegó el debriefing, bajo la mirada desafiante de todos los operadores que esperaban ansiosos cualquier crítica para contraatacar, del mismo modo que se devuelve el fuego enemigo. No los hice esperar demasiado, la segunda pregunta fue suficiente: «¿Por qué Zofran y no Plasil? Los americanos siempre usan Plasil mezclado con Ketamina…». Entonces, dado que todavía no sabía nada sobre qué diablos estaban haciendo los estadounidenses en el campo,la verdadera cuestión es que me di cuenta de que tenía frente a mí a personas con un diploma de secundaria capaces de hablar de fármacos, maniobrando como un médico especialista y analizando críticamente cualquier desviación de los protocolos en los que habían sido entrenados. En resumen, el juego fue realmente interesante.
Tercer problema
¿Cómo podría garantizar un nivel de formación adecuado, ajustado a las necesidades reales del personal «operativo»? ¿Hasta dónde podría llegar en la enseñanza de la medicina crítica y de emergencia, especialmente a nivel de procedimientos y maniobras? En otras palabras, ¿qué reglas de enfrentamiento para nuestras fuerzas armadas y qué margen de intervención médica se permite deliberadamente durante las misiones? Y les aseguro que, a la fecha, el mayor desafío sigue siendo conciliar el «Think What is Better» con el «Think What They Have» y el «Think What They Can Do«.
El debriefing duró un par de horas, rematado solo por unas pocas diapositivas tomadas de mi PC y un antiguo software de simulación (tipo monitor de paciente) con el que traté de que los operadores entendieran los problemas críticos que había encontrado. Fue difícil, desafiante e intrigante. Pero al final me tendieron la mano: «Doctor, gracias, este es un pequeño pensamiento… ¡Hasta pronto!».
Así fue como regresé a casa con mi primera insignia militar, una excelente botella personalizada de Merlot y la sensación -después de 5 años ya es una certeza- de haber plantado una pequeña semilla y hecho amigos. Y a partir de ese debriefing, en efecto, al poco tiempo “los vientos de la guerra” me llevaron de las colinas al mar, del cielo al buceo, en fin, de paracaidistas a buzos.
De la misma manera que entré en el Cuartel Vannucci, me esperaba la Fortaleza de Varignano. Bajo el Arsenal de la Marina, cerca del golfo de Porto Venere, un diamante de historia y naturaleza, símbolo de fuerza y heroísmo: “Teseo Tesei”. Es esencialmente aquí que me gustaría describirles cómo ha cambiado mi enfoque de la formación y también mi visión del paciente crítico. Pero les contaré la próxima vez.
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