Arte y simulación

Alberto Desideri
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Cuando un historiador del arte habla de simulación

Simular: de “simul” (juntos) y “similis” (similar): hacer semejante, y por tanto representar, imitar.

De donde deriva simulacro, con doble significado: «estatua que representa una divinidad», o «apariencia», «sombra», incluso «fantasma», como veremos en Platón.

La simulación como creación.
Si crees en el poder mágico de la creación artística, ‘simular’ a través del arte equivale prácticamente a recrear una realidad: ej. para el cazador que pintó bisontes en Lascaux en el Paleolítico, convencido de evocarlos y hacerlos materializar fuera de la cueva, o para los atenienses del siglo V. a.C. quien reconoció la presencia encarnada de la divinidad en la estatua de Atenea en el Partenón.
Simulacro en este sentido será entonces también el retablo venerado en la Edad Media, resplandeciente de oro: a veces el hombre del pueblo se enfurecía contra la imagen de Judas, o de un demonio, rajándola a arañazos. ¿Qué es esto sino la creencia de que allí, sobre la mesa pintada, la figura del mal está en presencia? Una vez más larepresentación simulada reemplaza de alguna manera a la realidad.

La simulación como engaño.
Platón, en cambio, advirtió que toda realidad sensible es, de hecho, una imagen imperfecta del mundo de las ideas: véase el mito de la caverna en la que los hombres se engañan a sí mismos confundiendo meras sombras con cosas reales; el artista, al producir copias de simulacros/sombra, será por tanto manchado con un doble engaño.

El arte como imitación.
A pesar de esta opinión de Platón, en la antigüedad existía el concepto de que uno de los aspectos más maravillosos del arte era su capacidad para simular la Naturaleza imitándola:durante siglos la mejor manera de elogiar una pintura era decir que era casi indistinguible del objeto real, como en el famoso ejemplo narrado por Plinio de la uva tan bien pintada por Zeusi que los pájaros intentaban picotear las bayas. La apreciación de la naturalidad está ganando terreno no solo en las artes figurativas, sino también por ejemplo en el arte retórico: Cicerón elogia la capacidad de un orador para encantar y cautivar a la audiencia con palabras que fluyen sin esfuerzo, cuando en realidad el discurso es el resultado de años de práctica, estudio y elaboración de recursos retóricos.

Ars est celare artem.
Este es el concepto del ars est celare artem: una expresión será tanto más natural cuanto se haya podido ocultarel esfuerzo preparatorio necesario para lograrla. Corolario práctico: el largo ejercicio de repetición de un gesto técnico conduce a una ejecución rápida, eficaz y aparentemente sencilla y natural, como un pianista que ejecuta fácilmente una sonata técnicamente muy difícil o un cirujano que con movimientos hábiles y seguros pone fin a en poco tiempo una delicada intervención.

Recrear por analogía.
Después de los siglos de una Edad Media dedicada al más allá, el humanismo renacentista redescubre la belleza y la dignidad en la creación y quiere celebrarlo con los colores del arte. Sin embargo, la imitación de la Naturaleza se vuelve analógica, y no servil: el arte imita la realidad en una versión idealizada, realzando su luz clara, sus proporciones armoniosas y su perfección geométrica y perspectiva.

Nacía la idea de la representación artística como convención, útil para fines estéticos o de especulación filosófica: una simulación declarada como tal, pero no por ello menos necesaria (aunque el arte rara vez busca la finalidad útil, en lugar de la simulación didáctica).

Por supuesto, sin embargo, no piensan en actuar en un escenario de simulación los dos santos médicos Cosma y Damián cuando literalmente ‘pegan’ una pierna tomada de un cadáver moreno a un paciente, ¡en la predela pintada por Beato Angelico!

Disimulación.
Dejando de lado a Leonardo y su figuración de los ‘movimientos del alma’ a partir de estudios anatómicos (la novedad del Cenáculomilanés radica precisamente en las reacciones muy humanas de los apóstoles ante el anuncio de la traición), en el siglo XVI el significado de simulación reapareció como mentira. Sensible a los tormentos religiosos y las intrigas cortesanas, Vincenzo Danti y Bronzino crean obras como El honor que vence al engaño o la Alegoría del amor en el Museo de Londres, en las que la monstruosa niña con cuerpo de dragón sostiene en una mano el panal con miel. (dulce adulación) y en el otro un aguijón venenoso.

El emblema del engaño, inventado por Miguel Ángel, es la máscara: como en la Alegoría de la Noche de la Sacristía Nueva, la máscara está asociada al engaño de los sueños. En la intrigante manta de retratode los Uffizi, esconde su rostro en un juego de disimulo: «SUA CUIQUE PERSONA», «a cada uno su propia máscara».

Trompe l’oeil.
El Barroco marcará el apogeo del ilusionismo, entendido como técnica para asombrar («el fin del poeta es el asombro») simulando una realidad que no existe. Estamos en la era del triunfo del teatro y la escenografía: pensemos en los cielos falsos poblados de nubes y ángeles revoloteando que ‘rompen’ ilusionistamente los techos de las iglesias barrocas.

Por cierto, volviendo a la simulación en medicina, reflexioné sobre lo apropiado que es el componente actoral e identificativo en quienes participan en el escenario, tanto con un maniquí como con un paciente ‘falso’ equipado con dispositivos. La verosimilitud a la que aspira el arte barroco (ver también el naturalismo de Caravaggio y el nacimiento del género de la naturaleza muerta en relación con la nueva experiencia galileana) se apoya en los conceptos de inmersión y convicción, en una implicación de la mente y los sentidos.

La era de las decepciones.
Cuando se ha inventado un medio mecánico de reproducción fiel como es la cámara, ¿de qué sirve pintar un retrato con intenciones realistas? El arte vuelve a sondear lo invisible, los abismos de la psique y la imaginación.

A nosotros los modernos la cruz del desengaño: Magritte nos explica que «esto no es una pipa» (Ceci n’est pas une pipe); se cae la convención de la identidad entre el objeto real y su representación simulada: el arte pretende ser falso. ¡Lástima, lo prefería cuando me alimentaba del bisonte que había pintado en la cueva!

Ánimus.
Sin embargo, queda un último mito importante para mencionar, y que en un contexto médico como este, podría definir bastante temerariamente como ‘el mito de la reanimación’.

Pigmalión, según los antiguos griegos, esculpió una estatua que representaba a una niña tan hermosa que se enamoró de ella: imploró a los dioses que la transformaran en una mujer de carne y hueso, y su oración fue respondida.

Es la idea de que el hombre puede infundir una parte de su espíritu en la materia informe, moldeándola y animándola: soplando el ánimus, el aliento de vida. El mismo gesto de Dios que da vida a Adán en la Capilla Sixtina, Miguel Ángel se volvió hacia el bloque de mármol con el que hizo las Cárceles, que luchan por librarse de la inercia que aún las agobia.

El mito, eterno y actual, pasa pues por Geppetto que crea un simulacro de niño: el títere Pinocho, a quien sin embargo, a través del amor y la entrega, se le concederá la metamorfosis definitiva. El artista-demiurgo da forma, y ​​por tanto belleza, y por tanto vida: el médico tiene la tarea de proteger y restaurar esta vida amenazada, debilitada, comprometida. ¿Fácil de decir? El verdadero Arte reside en ocultar el Arte.

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